Hace muchos años existió un hermoso país bañado por
mares y océanos, cuyos habitantes se sustentaban desde el principio de
los tiempos pescando los peces que abundaban en sus costas.
Los mas ancianos recordaban aquellos tiempos en que
las pequeñas embarcaciones regresaban de la mar cada tarde repletas de
pescados que en parte eran consumidos y el resto conservados en sal o
aceite para ser vendidos en otros lugares lejos del mar.
Eran tiempos de felicidad y abundancia, pero los
beneficios generados por la venta de los peces despertaron el mal germen
en los codiciosos y comenzaron a proclamarse aquí y allá reyezuelos
que, a su manera, representaban a la Autoridad.
Estos reyezuelos, en su mayoría muy ambiciosos, no
eran pescadores, por lo que ganaban menos que sus súbditos y se las
ingeniaron para que aquello no siguiera siendo así: mandaron construir
grandes barcos con la madera de los “bosques del reino”, pues con ellos
podrían pescar mucho más que los pescadores con sus barquitas, y con
falsas promesas de prosperidad consiguieron completar las tripulaciones y
enviar los barcos a pescar.
Los reyezuelos establecieron desde aquel principio
que, puesto que los barcos