domingo, 9 de mayo de 2010

El cuento de los pescadores

Hace muchos años existió un hermoso país bañado por mares y océanos, cuyos habitantes se sustentaban desde el principio de los tiempos pescando los peces que abundaban en sus costas.

Los mas ancianos recordaban aquellos tiempos en que las pequeñas embarcaciones regresaban de la mar cada tarde repletas de pescados que en parte eran consumidos y el resto conservados en sal o aceite para ser vendidos en otros lugares lejos del mar.

Eran tiempos de felicidad y abundancia, pero los beneficios generados por la venta de los peces despertaron el mal germen en los codiciosos y comenzaron a proclamarse aquí y allá reyezuelos que, a su manera, representaban a la Autoridad.

Estos reyezuelos, en su mayoría muy ambiciosos, no eran pescadores, por lo que ganaban menos que sus súbditos y se las ingeniaron para que aquello no siguiera siendo así: mandaron construir grandes barcos con la madera de los “bosques del reino”, pues con ellos podrían pescar mucho más que los pescadores con sus barquitas, y con falsas promesas de prosperidad consiguieron completar las tripulaciones y enviar los barcos a pescar.

Los reyezuelos establecieron desde aquel principio que, puesto que los barcos
eran suyos, a ellos les correspondería la mitad de la pesca más un pez, el resto se repartiría entre la tripulación.

Era esta una forma de reparto penosa y humillante, ya que cuanto más se esforzaba la tripulación más se enriquecía el amo… y así fue como ocurrió.
Los amos enriquecidos invirtieron sus desmesurados beneficios en construir más y más grandes barcos utilizando, además, la madera de los árboles del reino  de manera que acabaron muy pronto con los peces que vivían cerca de la costa, teniendo que desplazarse cada vez más lejos y arruinando a los pescadores, quienes se vieron obligados a varar sus barcas y a enrolarse en la flota de los reyezuelos.

Poco a poco aquellos hombres que habían sido pescadores desde sus orígenes fueron olvidando los principios de la pesca y con el paso de los años se transformaron en trabajadores de la mar. Fueron alejados más y por más tiempo de sus hogares, sus amigos y hasta de la realidad de su país. Los trabajadores permanecían semanas, incluso meses, en los barcos a miles de millas de sus pueblos.

La falta de contacto con la tierra firme los fue volviendo insensibles a las alteraciones que se iban produciendo en ellos: ya no precisaban observar el semblante del cielo para predecir el mal tiempo, ni escoger el mejor cebo para sus anzuelos, ni siquiera saber en donde estaban pescando, pues un encargado les decía como, donde y cuando, y ellos únicamente ejecutaban las ordenes. De este modo se fueron olvidando de tomar decisiones.

Los reyezuelos, con el dinero recaudado a los trabajadores del mar y con las rocas de las “canteras del reino”, construyeron enormes puertos donde abrigar la gran cantidad de barcos que ya tenían, y establecieron tratados con otros países para pescar en aguas ajenas porque en las suyas ya lo habían pescado todo.

Los súbditos ya no eran pescadores, sino esclavos de aquellos personajes sabedores de que no hay grillete más firme que la falta de cultura ni latigazo más convincente que la necesidad agobiante.

Con estos métodos se hicieron rápidamente dueños de la mar y de sus hombres.

Su egoísmo les llevó a capturar tantos peces que, no siendo capaces de venderlos, se desperdiciaban por miles, hasta que la mar, agotada, dejó de dar su fruto.

La miseria se apoderó de aquellos  pueblos que, alejados de sus raíces y aturdidos en la incultura, soportaban con resignación su alterado destino.
Así estaban las cosas cuando El Mago Que Todo Lo Ve decidió intervenir para aliviar el sufrimiento creciente de tantos hombres y mujeres, realizando un encantamiento que este humilde cuentacuentos presenció:
Una mañana festiva y soleada, cuando todos los barcos estaban en los puertos, las gentes pudieron presenciar con gran asombro, como uno a uno rompían  sus amarras y, sin tripulación alguna, realizando maniobras de auténtica filigrana, se dirigían a las bocanas de los puertos en donde se fueron hundiendo ante la sorpresa general. Nadie conseguía dar una explicación a lo que estaba sucediendo.

A continuación, como los níscalos tras las primeras lluvias de otoño, fueron surgiendo en su lugar grandes jaulas repletas de peces, portando cada una el nombre de un trabajador de la mar y ordenadamente fueron ocupando las zonas de abrigo de los puertos.

En las dársenas aparecieron grandes silos de comida para los peces y enormes estanques conteniendo millones de alevines.
Aquellos trabajadores de la mar se convirtieron en granjeros del mar, ocupándose de alimentar a los peces de sus jaulas que vendían o reemplazaban cuando les parecía conveniente.

Ya nunca más tuvieron que abandonar sus hogares y poco a poco, con el paso del tiempo, se especializaron en criar los mejores pescados, devolviendo así la prosperidad y la alegría a los habitantes de los pueblos de la costa.
A medida que transcurrieron los años, la desaparición de la actividad esquilmadora de los grandes barcos, fue dando lugar a una progresiva recuperación de los bancos de peces que repoblaron toda la mar, a la vez que los conocimientos adquiridos por los granjeros en esa andadura les fueron devolviendo la libertad.
-N- Este cuento tiene la particularidad de poder dejar de ser un cuento.
-  “bosques del reino y canteras del reino “ .En la edición para niños mayores se sustituyen por “ subvenciones estatales”.
                                                      
Eugenio Linares Guallart
Faro de Estaca de Bares

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