Hace muchos años existió un hermoso país bañado por
mares y océanos, cuyos habitantes se sustentaban desde el principio de
los tiempos pescando los peces que abundaban en sus costas.
Los mas ancianos recordaban aquellos tiempos en que
las pequeñas embarcaciones regresaban de la mar cada tarde repletas de
pescados que en parte eran consumidos y el resto conservados en sal o
aceite para ser vendidos en otros lugares lejos del mar.
Eran tiempos de felicidad y abundancia, pero los
beneficios generados por la venta de los peces despertaron el mal germen
en los codiciosos y comenzaron a proclamarse aquí y allá reyezuelos
que, a su manera, representaban a la Autoridad.
Estos reyezuelos, en su mayoría muy ambiciosos, no
eran pescadores, por lo que ganaban menos que sus súbditos y se las
ingeniaron para que aquello no siguiera siendo así: mandaron construir
grandes barcos con la madera de los “bosques del reino”, pues con ellos
podrían pescar mucho más que los pescadores con sus barquitas, y con
falsas promesas de prosperidad consiguieron completar las tripulaciones y
enviar los barcos a pescar.
Los reyezuelos establecieron desde aquel principio
que, puesto que los barcos
eran suyos, a ellos les correspondería la
mitad de la pesca más un pez, el resto se repartiría entre la
tripulación.
Era esta una forma de reparto penosa y humillante, ya
que cuanto más se esforzaba la tripulación más se enriquecía el amo… y
así fue como ocurrió.
Los amos enriquecidos invirtieron sus desmesurados
beneficios en construir más y más grandes barcos utilizando, además, la
madera de los árboles del reino de manera que acabaron muy pronto con
los peces que vivían cerca de la costa, teniendo que desplazarse cada
vez más lejos y arruinando a los pescadores, quienes se vieron obligados
a varar sus barcas y a enrolarse en la flota de los reyezuelos.
Poco a poco aquellos hombres que habían sido
pescadores desde sus orígenes fueron olvidando los principios de la
pesca y con el paso de los años se transformaron en trabajadores de la
mar. Fueron alejados más y por más tiempo de sus hogares, sus amigos y
hasta de la realidad de su país. Los trabajadores permanecían semanas,
incluso meses, en los barcos a miles de millas de sus pueblos.
La falta de contacto con la tierra firme los fue
volviendo insensibles a las alteraciones que se iban produciendo en
ellos: ya no precisaban observar el semblante del cielo para predecir el
mal tiempo, ni escoger el mejor cebo para sus anzuelos, ni siquiera
saber en donde estaban pescando, pues un encargado les decía como, donde
y cuando, y ellos únicamente ejecutaban las ordenes. De este modo se
fueron olvidando de tomar decisiones.
Los reyezuelos, con el dinero recaudado a los
trabajadores del mar y con las rocas de las “canteras del reino”,
construyeron enormes puertos donde abrigar la gran cantidad de barcos
que ya tenían, y establecieron tratados con otros países para pescar en
aguas ajenas porque en las suyas ya lo habían pescado todo.
Los súbditos ya no eran pescadores, sino esclavos de
aquellos personajes sabedores de que no hay grillete más firme que la
falta de cultura ni latigazo más convincente que la necesidad agobiante.
Con estos métodos se hicieron rápidamente dueños de la mar y de sus hombres.
Su egoísmo les llevó a capturar tantos peces que, no
siendo capaces de venderlos, se desperdiciaban por miles, hasta que la
mar, agotada, dejó de dar su fruto.
La miseria se apoderó de aquellos pueblos que,
alejados de sus raíces y aturdidos en la incultura, soportaban con
resignación su alterado destino.
Así estaban las cosas cuando El Mago Que Todo Lo Ve
decidió intervenir para aliviar el sufrimiento creciente de tantos
hombres y mujeres, realizando un encantamiento que este humilde
cuentacuentos presenció:
Una mañana festiva y soleada, cuando todos los barcos
estaban en los puertos, las gentes pudieron presenciar con gran asombro,
como uno a uno rompían sus amarras y, sin tripulación alguna,
realizando maniobras de auténtica filigrana, se dirigían a las bocanas
de los puertos en donde se fueron hundiendo ante la sorpresa general.
Nadie conseguía dar una explicación a lo que estaba sucediendo.
A continuación, como los níscalos tras las primeras
lluvias de otoño, fueron surgiendo en su lugar grandes jaulas repletas
de peces, portando cada una el nombre de un trabajador de la mar y
ordenadamente fueron ocupando las zonas de abrigo de los puertos.
En las dársenas aparecieron grandes silos de comida para los peces y enormes estanques conteniendo millones de alevines.
Aquellos trabajadores de la mar se convirtieron en
granjeros del mar, ocupándose de alimentar a los peces de sus jaulas que
vendían o reemplazaban cuando les parecía conveniente.
Ya nunca más tuvieron que abandonar sus hogares y poco
a poco, con el paso del tiempo, se especializaron en criar los mejores
pescados, devolviendo así la prosperidad y la alegría a los habitantes
de los pueblos de la costa.
A medida que transcurrieron los años, la desaparición
de la actividad esquilmadora de los grandes barcos, fue dando lugar a
una progresiva recuperación de los bancos de peces que repoblaron toda
la mar, a la vez que los conocimientos adquiridos por los granjeros en
esa andadura les fueron devolviendo la libertad.
-N- Este cuento tiene la particularidad de poder dejar de ser un cuento.
- “bosques del reino y canteras del reino “ .En la edición para niños mayores se sustituyen por “ subvenciones estatales”.
Eugenio Linares Guallart
Faro de Estaca de Bares
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