Hacia la mitad del sendero se detuvo; la enorme ola que había azotado la costa en aquel momento no había sido ninguna broma.
Detrás de aquel golpe de mar vendría otro, distanciado, y luego otro y otro..., cada vez más lentamente próximos. Si no se daba prisa, salir de allí podría convertirse en un infierno.
Percebe |
No lo pensó más. Las olas rompían embravecidas mientras sustituía el calzado por unas aletas. Necesitaba unos cinco kilos, tal vez cuatro; sabía que estaban bajo la roca del Vintueiro, el único lugar en el que los podía coger...., si se daba prisa. Se colocó las gafas de buceo y se lanzó al agua.
La mar se iba apoderando de la tierra lentamente y Salterra volvió a levantar la vista sin dejar de aletear. Nadaba alejado de la rompiente, orientándose por el fondo marino, respirando por un pequeño tubo y sin distraerse con los abundantes peces que descubría a su paso. Localizó una pareja de lubinas grandes y, a continuación, un grupo de seis u ocho más. Nadaban confiadas entre las redondeadas rocas a cinco metros de profundidad.
Estaba llegando a la piedra que la mar cubría y sobre la que una gran ola rompía a intervalos cada vez más cortos. Se encontraba totalmente adaptado. El ritmo respiratorio se le había regularizado hacia la mitad del trayecto. Al echarse al agua siempre se le aceleraba. Se encontraba en su salsa cuando contuvo la respiración y se sumergió por primera vez. Buceó desde lejos, dejándose llevar por la corriente de la ola mientras descendía. Cuando la corriente cesó se encontraba bajo la roca y, tras una calma de algún segundo, la misma ola, en su retirada, lo alejó nuevamente, y emergió.Había comprobado que los percebes que había visto al final del verano bajo aquella enorme roca continuaban allí y tenían un buen tamaño. Precisaba unos cuatro kilos, allí había más de quince.
Cogería los mejores y asunto resuelto.
Con el vaivén de las olas y una percebera de hierro extrajo de debajo de la piedra, piña tras piña, unos cinco kilos de percebes de muy buen tamaño, que fue introduciendo en una bolsa de red atada a su cintura.
Se pasó en una, siempre le ocurría; en esta ocasión tenía la bolsa casi llena, cuando decidió descender con un poco más de antelación al empuje de la ola, a costa de un mayor esfuerzo, para ganar unos segundos abajo y coger aquella última piña.... y se coló.
Cuando había conseguido acomodarse bajo la roca, aislada de la rompiente bajo el mar, la corriente lo engulló haciéndole pasar por debajo de toda ella unos meteóricos veinte metros hasta quedar encajado en medio de una grieta por la que su cuerpo no cabía. Se retiró la ola arrastrándole consigo nuevamente y alejándole de ella hasta que, de nuevo, emergió para respirar.
- "¡Ya estuvo bien! Gracias por el aviso." -
Ahora nadaba monótonamente.Los percebes ya eran suyos; tenía que aletear con dureza para transportar el botín. Sin detenerse sacó la vista del agua. En la orilla estaba complicándose la salida. Las olas desbordaban continuamente la peña por la que pensaba salir, pero durante unos preciosos instantes, entre cada golpe de mar, que ya eran casi continuos, cuando la ola, sin romper, se elevaba por la escarpada piedra hasta una grieta, por la que a cuatro patas......, siendo rápido....
Debía hacerlo bien; pero algo falló.
La ola le dejó en donde quería, pero la bolsa de red que colgaba de su cintura le impidió gatear por la grieta con la velocidad necesaria para evitar la siguiente ola, que vio venir paralizado por el pánico.
Nada conseguiría oponiéndose a ella, así que aspiró profundamente y, cuando el zarpazo de la marejada se disponía a aplastarlo sin ningún asomo de misericordia, se lanzó de cabeza sumergiéndose hasta el fondo revuelto, en donde los remolinos se turnaron zarandeándole y reteniéndole, hasta que uno de ellos le devolvió a la superficie durante tres preciosos segundos, cuando ya estaba decidido a soltar el cierre de seguridad que le ataba al botín.
Volvió a sumergirse como lo hubiera hecho una nutria y, sujetándose a las piedras del fondo a la vez que aleteaba enérgicamente, aguardó el instante maravilloso en el que el reflujo de la ola lo alejó de la orilla.
Se mantuvo a flote lejos ya del peligro de la rompiente, recuperando su ritmo respiratorio que nuevamente se había disparado, mientras comprobaba, sin lugar a dudas, que el lugar escogido para regresar a tierra se había vestido de peligro.
Los golpes de mar se sucedían sin descanso. Intentar de nuevo salir por la peña de la grieta era exponerse a perder la vida.
Continuó nadando y respirando acompasadamente. Probaría a salir por la playa de redondeadas piedras, a medio kilómetro de allí, en donde, si conseguía dejarse llevar, la propia ola le sacaría del agua con tiempo suficiente para refugiarse en tierra firme.
Hacia allí se dirigió.
Ya frente a la playa de regodones, se fue acercando a la rompiente aguardando a la gran ola que no se hizo esperar.
Resistió el reflujo que lo alejaba de la orilla aleteando con todas sus fuerzas, hasta situarse bajo la ola a punto de romper y estirar los brazos a modo de proa de la embarcación que, en aquel momento, era su cuerpo.
El bombazo del embate lo descolocó y lo arrastró totalmente fuera de control sin dejarle otra opción que la de mantener la respiración y dejarse llevar.
Durante unos segundos de frenética violencia la ola lo dobló, lo comprimió, lo revolvió, lo volteó y machacó, mientras lo arrastraba con ella hacia la orilla.
La fiereza del embate comenzó a ceder. Sintió el roce de una piedra bajo sus rodillas; la tanteó. Era redonda. Se abrazó a ella con todas sus fuerzas.
La ola regresó a la inmensidad del océano.
Desde su otero en lo alto del acantilado, el halcón se distrajo unos instantes viendo como una ola abandonaba en la orilla a una figura que, con las manos ensangrentadas, se alejaba angustiosamente del mar arrastrando una saca de percebes.
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