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Nutria marisqueando en bajamar. |
En este mundo hay seres muy poderosos. También los hay algo poderosos y otros seres, la gran mayoría, que no son poderosos en absoluto. Es habitual que las decisiones de los más poderosos condicionen la existencia de los más humildes pero eso no siempre tiene que ser así.
En la franja costera, que la bajamar deja seca dos veces al día, aparecen y desaparecen bajo las aguas, arenales y pedreros en los que habitan una gran variedad y cantidad de mariscos: en estos lugares, sujetas a las rocas, viven las lapas.
Una vez despegada de la roca, la lapa no tiene defensa pues
su falta de movilidad le impide proteger sus partes blandas y pasa a ser “comida” para cualquier depredador que se percate de su situación, bien sea de su tamaño, mayor o menor. Podríamos pensar que las lapas son seres “humildes”, sin patas ni aletas, obligadas a vivir pegadas a unos centímetros de roca toda su existencia y a sujetar durante toda ella su cáscara como única estrategia para sobrevivir. Animalitos inofensivos y comestibles que, como la mayoría supone, no sienten ni padecen y transcurren su vida mansa y temerosamente hasta el momento en que un descuido, los dientes de un pez, la punta de una navaja, o el desfallecimiento producido por la vejez y a la resistencia a las olas del mar, consiguen que abandone en el esfuerzo de adherirse a la piedra y se caigan “bocarriba” para dar por finalizada su existencia.
Así de simple y monótona puede parecernos la vida de la lapa pero tal vez nos equivocamos, porque la lapa no deja de ser uno más de los componentes del reino animal y en su esfuerzo para sobrevivir ha desarrollado enormemente algo que a diferencia de su concha, no se ve y parece no estar siquiera pues no ocupa lugar alguno y que es propio, en mayor o menor grado, de todos los animales y los seres humanos: la tenacidad. Si una cualidad tiene la lapa, es la tenacidad, pues cuando es acosada contrae el músculo que es su cuerpo, hace el vacío debajo de su concha y queda firmemente adherida a la roca durante largos periodos hasta que el peligro se desvanece. Es su estrategia de supervivencia : el esfuerzo continuado hasta la victoria o hasta el agotamiento.
Aprovechando la bajamar que las deja en seco para evitar ser devoradas por los peces y especialmente en las noches de luna llena en que se avivan las mareas, las lapas se relajan y con extrema lentitud realizan leves desplazamientos sobre su roca en busca de diminutas algas que sobre ella viven y les sirven de alimento. Es igualmente en estas noches de plenilunio y bajamar cuando por estos lugares se deja ver el astuto zorro, que sabedor de esta costumbre, recorre los pedreros despegándolas con sus uñas y dientes para comérselas, tarea que al encontrarlas relajadas, le resulta sencilla y provechosa.
Es el zorro, en efecto, un animal ágil, astuto y fiero y podríamos pensar que el zorro es muy poderoso comparado con la humilde lapa pero os voy a comentar lo que me sucedió en una ocasión a la orilla del mar, por si en algún momento pudiera resultaros de utilidad.
Me encontraba una mañana de otoño en la lonja del Puerto pesquero, donde acudía los días de mareas vivas para distraerme con el espectáculo que origina la llegada de las mariscadoras, tras la recolección de bivalvos, cuando las escuché contar que en un charco entre las rocas descubiertas por la bajamar, habían visto un zorro muerto. Mi curiosidad me obligó a aproximarme al lugar para intentar aclarar la causa de la muerte del raposo, hallando el cadáver al pié de una roca sujeto a ésta por lo que, desde lejos, parecía un anzuelo pero al acercarme más pude ver, impresionado, que no era tal sino que de la boca del zorro muerto salía su lengua exageradamente estirada y semicortada. La punta de la misma se encontraba atenazada a la piedra por una lapa de buen tamaño. La explicación de aquel hecho fue inmediata: la noche anterior, durante la bajamar, el zorro quiso despegar la lapa con su lengua aprovechando que estaba relajada pero en una rápida reacción, la lapa se pegó con tal fuerza y tenacidad a la roca que el zorro no se pudo soltar durante horas y al subir la marea se ahogó.
La impresión que tal deducción me causó, hizo que durante un tiempo me sintiese incómodo, pues jamás hubiese creído a nadie que me contase que una lapa había sido capaz de derrotar a un zorro en una lucha a muerte pero lo vi con mis ojos. Desde entonces tengo la certeza de que la verdadera fuerza no está en la garra ni en el diente ni en la coraza ni en el músculo ni en la Sexta Flota: la fuerza que consigue que se cumplan los deseos, es la tenacidad empleada en conseguirlos en coordinación con la Naturaleza. Esa tenacidad está en nosotros y la Naturaleza es nuestra protegida y aliada: UN CAMBIO ha comenzado y ya no tiene sentido otra meta que no colabore a la recuperación de la dignidad de las personas e instituciones en el ámbito mundial.
No nos vamos a detener y esto no terminará hasta que nosotros o los que nos sucedan, lo demos por terminado. Por fin estamos haciendo las cosas bien.
Gracias a quienes acamparon, coordinaron, distribuyeron, publicaron,…, el comienzo de este CAMBIO desde la Puerta del Sol por su ejemplo y por su invitación para recuperar la dignidad.
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